El 8 de marzo se acerca, y con él, la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Sin embargo, mi deseo más profundo sería no tener que celebrar este día. Desafortunadamente, la realidad es que aún queda mucho por hacer en la lucha por la igualdad de género.
A pesar de los avances, numerosos estudios y la observación del día a día nos recuerdan que la igualdad no se ha logrado por completo, ni mucho menos.
Una de las injusticias más evidentes es la diferencia salarial. A pesar de tener la misma formación y responsabilidades, las mujeres continúan ganando un 20% menos que sus colegas masculinos en la mayoría de los sectores.
Esta brecha salarial no solo es una afrenta a la justicia, sino que también perpetúa un sistema de desigualdad que limita el potencial de las mujeres en el ámbito laboral y económico.
El edadismo, la discriminación basada en la edad, es una realidad que afecta desproporcionadamente a las mujeres en el ámbito laboral y en la sociedad en general. A medida que las mujeres envejecen, enfrentan barreras adicionales en comparación con sus contrapartes masculinas.
La presión social y los estereotipos de género juegan un papel crucial en esta discriminación, ya que se espera que las mujeres se adhieran a estándares de belleza y juventud no reales durante más tiempo que los hombres.
En el ámbito laboral, las mujeres mayores son más propensas a enfrentarse a la discriminación en la contratación y a experimentar dificultades para avanzar en sus carreras.
Se enfrentan a estereotipos que las retratan como menos capaces, menos dinámicas o menos adaptables que sus colegas masculinos o que las mujeres más jóvenes.
Además, la falta de programas de capacitación y de políticas de inclusión específicas para mujeres mayores agrava aún más esta situación.
Fuera del entorno laboral, las mujeres mayores también sufren el impacto del edadismo en la forma en que son percibidas y tratadas por la sociedad en general.
Son invisibilizadas o estereotipadas como “abuelas” o “viejas” con roles limitados en la familia y la comunidad, mientras que los hombres mayores a menudo son vistos como sabios o respetados por su experiencia.
Pero quiero ir más allá este año y destacar una preocupación específica: las mujeres mayores de 40 o 45 años que luchan por encontrar empleo. A pesar de contar con una valiosa experiencia, que debería ser un activo muy valioso, muchas se encuentran marginadas en el mercado laboral.
Es del todo necesario que reconozcamos y aprovechemos al máximo las ventajas que las personas mayores, especialmente las mujeres, pueden aportar a nuestra sociedad.
He tenido el privilegio de trabajar con mujeres a lo largo de muchos años y de “mentorizar” a jóvenes emprendedoras. Durante este tiempo, he llegado a comprender la importancia de valorar la experiencia.
En España, parece que subestimamos el conocimiento acumulado a lo largo de los años. Es crucial que reivindiquemos el valor de la experiencia como un activo imprescindible que no debe ser pasado por alto.
Es fundamental que visibilicemos a las mujeres que están transformando nuestra sociedad día a día. Son ellas quienes, con su trabajo y dedicación, están contribuyendo a hacer del mundo un lugar más justo y equitativo. Necesitamos reconocer y celebrar a estas mujeres, no solo en un día como el 8 de marzo, sino en cada oportunidad que tengamos.
Celebrar el Día de la Mujer no debería ser solo una ocasión para conmemorar los logros , sino también una llamada a la acción para abordar los desafíos presentes y futuros que tenemos las mujeres en todo el mundo.
Es hora de que nos comprometamos a trabajar juntos para construir un futuro donde la igualdad de género sea una realidad para todas las mujeres, en todas partes.